HERO - CARMINA
Libro de poemas de Ricardo Rubio
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En el principio era el Verbo
por Cesc Fortuny i Fabré
El epígrafe de
Thomas Carlyle, que abre las puertas de esta obra, representa un hilo, una
columna vertebral donde se sustentará el periplo del héroe. El título no engaña,
Hero Carmina, poema para y por el héroe. Poesía ya no heroica, sino escrita
desde la heroicidad, desde las tripas mismas del acto vital, de la mirada al
pozo y de la autoconciencia El salto de fe al abismo de saberse, de
autoconocerse. Las canciones del héroe, la consciencia, la vida.
Según el
evangelio de Juan, “En el principio era el verbo ...” así en nuestro Hero
Carmina, Ricardo Rubio nos dice en el poema
Tierra de Lid “... Luego llegan las mañanas del alfabeto: las
líneas cruzan el papel y el lápiz cristaliza la memoria ...” Al igual que un discurso, nuestra mente se
construye, se forma, y como decía W.S. Burrougs, el virus del lenguaje se
encarga de estructurar nuestra mente, de dar nombre a sensaciones y a conceptos
que nos serían del todo ajenos.
Sin ninguna
piedad, el poeta nos advierte que “ ... Tiznado, entre la inercia y los
sueños, el héroe empieza a vivir jugando al desenlace. ...” ya que de ese
inconsciente que colapsa, nace la voluntad, el empuje o la libido si lo
prefieren los más freudianos, que nos arrastra río abajo. Siempre el mismo
lecho, siempre distintas aguas.
Una vez hecho
el salto, una vez conseguido el desequilibrio que mantenía la balanza, el
consciente se va formando al dar nombre a las cosas, y al hacerlo, se va
formando a sí mismo. Como un mantra eterno que no quiere despertar, pero que al
ser recitado en voz alta, despierta a su emisor. Muy descorazonador resulta la
insistencia de Rubio en recordar el azar, el caos inherente a la creación, el
doloroso sinsentido de la existencia: “Nos es dado este fragmento para
intuir la luz,/ para verla nacer y morir en manos de la ruina,/ para ser y no
ser entre raudales de azar,/ para fatigar su índole,/ su esencia de secreto,/
su afonía.” Descorazonador, sí, pero terriblemente bello.
Para el poeta,
es ya toda una heroicidad, roer ese estadio preconsciente, ese cálido útero de
la mente, en el que ésta funciona de otra forma, con otros códigos
probablemente mucho más naturales, así “... el niño funda la sustancia
silábica,/ una intención de lumbre en el sonido ...”
Llama la
atención la pulcra construcción gramatical, el quirúrgico dominio de las
palabras, imposibles sin un oficio sólido, sin una experiencia asentada. Algo
que me induce a pensar en una madurez, en un control de las riendas, que
permite hacer y deshacer al poeta lo que le viene en gana. En esta primera
parte del poemario, me resultan muy destacables
los versos del poema La lucha interior del adalid: “Veo la oscuridad/
y no sé si la noche es la de afuera.” Esta
certera simplicidad con la que se expresa en ocasiones, contrasta con el
complejísimo discurso que encierran las palabras.
Las estructuras
de los poemas suelen contar con versos flotantes, lapidarios, sentencias que
sepultan inmisericordes, y que resonantes, rebotan en nuestra memoria
inmediata. Estos versos flotantes, son usados en ocasiones tanto a principio, a
mitad o al final del poema, amén de ser usados en las tres ocasiones a un
tiempo. Pero es para mi gusto el verso flotante final, el que actúa de rúbrica,
el que encierra el secreto y la sorpresa, es como digo, la losa que el héroe
debe soportar en su largo recorrido.
Los versos en
forma de pregunta interrogan al héroe sobre el mundo que le rodea, le sitúan y
le anclan poco a poco en esa realidad que se construye con el discurso, con la
interpretación.
Si la primera
parte del poemario es la niebla de los sueños, el preconsciente, la segunda es
la asunción de la no heroicidad, “No
habrá juglares ni trovas/ para el héroe de todos los días./ Será diminuto, invisible,/ un latido al azar.” o en otras palabras,
la desaparición de las formas mágicas, y la aparición de lo cotidiano, y a su
vez, el hecho de que lidiar con ello, con lo cotidiano digo, será de facto,
toda una heroicidad.
El poeta se
pregunta cual es el sentido de todo lo estructurado hasta el momento, de la
vida tal y como se entiende en la edad adulta, del conjunto de convenciones que
nos permiten relacionarnos y socializarnos. Aquí, las preguntas interrogan al
héroe sobre su naturaleza, sobre el trabajo de construirse y sobre su
construcción misma, pues el héroe, desprovisto ya de la certeza de la
inocencia, cuestiona y se cuestiona el mundo y a sí mismo. “Sé que respiro,/
aunque ignoro el sentido de la inercia./ Sólo intento superar la asfixia,/ la
opresión, el tedio, la acidez,/ la desolada esperanza de equidad./ ¿Dónde, la
lógica, el juicio, la razón?”.
Los propios
interrogantes, las preguntas, son los dragones contra los que debe lidiar, aún
a sabiendas de que la victoria es imposible. Son los molinos de un Quijote
enloquecido ya por su propia locura. Ya no hay hadas ni duendes, y aunque se
intuya futuro, el pasado empieza a doler mucho más.
El héroe es
presentado aquí como un ser que busca, una vez asumida la destrucción de lo
mágico, una justificación para la
existencia, una excusa que resucite el motor, la voluntad primera que lo
desencadenó todo. Un retorno imposible a ese desequilibrio inicial, al Big
Bang.
Especialmente
demoledor se me antoja el poema Parpadeos de un derrotero heroico, donde
se exploran con crudeza las sensaciones de desconsuelo y decepción propias de
la vida, de la asunción de la vida, del espeluznante resultado de hacer
balance. La crisis. Citaría entero el texto, pero me quedaré con el verso final
“Ningún espejo descubrirá mi ausencia.”
donde la tragedia del vampiro es una metáfora arrasadora y brillante,
sobre la terrible sensación de indiferencia que nos profesa lo externo hacia
nuestra existencia.
Si pudiésemos
hablar de nacimiento, vida y vejez, no sería esta última un remanso de paz, más
bien parece que el poeta nos enfrenta a la derrota absoluta, a la destrucción
de todos aquellos conceptos que creamos en la segunda parte del poemario, y que
ahora han sido desenmascarados definitivamente. Una rendición, entiéndase, muy
al estilo de Miguel de Molinos, quien nos hablaba de la aniquilación, el
recogimiento, la muerte mística, la oración de quietud; y en definitiva, de la
suspensión de la palabra y por ende del entendimiento.
Es en esta
última parte, donde en el poema El desmayo a los pies de una estatua,
aparece el magnífico epígrafe del poeta, narrador, dramaturgo y ensayista Omar
Cao, “Sólo los elefantes/ vuelven para morir ...” Ricardo Rubio nos
sumerge en la destrucción, en un Kali-Iuga particular, donde el héroe desbarata
poema a poema, deconstruye verso a verso, todo cuanto había parecido asentado.
La soledad y el silencio, son ya compañeros de viaje, son hermanos, padres y
madres que se proyectan en antiguos espacios familiares, lugares que una vez
revisitados, aportan la paz de la derrota. “... la noche apacigua las
heridas/ y el silencio es pan del bueno/ antes de empezar a soñar. ...”
Si existe un
final, es el principio, ese en el que nada tenía nombre, donde todo estaba por
descubrir, por hacer, un alzheimer deseado y liberador. La fusión con el niño y
con todo. La extinción.
Cesc Fortuny i
Fabré,
Monistrol de Montserrat, 2018.